D o s C i u d a d e s
(Valparaíso – Temuco)

 

 

Territorio

Congregación de arrecífica espuma
reverberando en el brutal encuentro
de airada sal procelaria
elevando su racha combativa
y su oscuro pedernal, su granito
roído en el combate milenario.

En el Sur Austral el planeta
ímpetu de indómitos elementos
vociferando su bélica ira,
contra un somnoliento territorio
de verde prosapia terrestre
creciendo en el rumor oceánico.

Inmóviles de pétrea dignidad
los albos macizos dentados,
sacudiendo la alta atmósfera
de pura presencia sauria
animada de fuego vaginal,
sólidos en su dura obediencia
de hieráticos custodios de piedra
sosteniendo el peso planetario.

Titánico el azul Bío-Bío
reuniendo en la nieve impoluta
su preclaro volumen migratorio,
límpido y rumoroso, jocundo
de hidráulica efusión, de alturas,
de cimas, de filudos ventisqueros,
de derrames, de cabelleras de plata,
vital y voluble y varonil cantando.

De la umbrosa selva el puma raulí,
el puma mañío, el puma peumo,
el puma coigüe, salvaje floración,
elástico retoño de intemperie
austral, de humedad y follaje,
imperial, volcánico, fosforescente.

A la vastedad lunar de arenas
cenicientas, de cales calcinadas,
de minerales briosos y exhaustos
en su contenida reciedumbre,
en su dormecido poderío,
y el pie temblorosa huella
sobre el gastado escenario de guerras
planetarias convulsionando el mundo,
sumergiendo los pantanos cuaternarios.

Allí pues el sol su lamido
de mortal aliento ferruginoso,
el sol su implacable cristalería
de alhajas térmicas sedimentándose,
y el viento nocturno una mano fría
aplastando los sustratos calcáreos,
hasta que puro semblante estepario
hostilizando el polen de las cordilleras.

Patria, entre dos zonas de dura hostilidad
tu rugoso ombligo irrigado
de populosas linfas serranas,
tu ópimo suelo de sedimentos
precámbricos, de zumos infiltrados
elevando la vid otoñal nutrida
de misteriosas materias órficas,
germinando en néctar y verdurerías,
en tubercular glucosa y cúpulas
resumiendo los ácidos terrestres.

Ah, tu alba multitud semental,
tu cabellera bruñida meciendo
sus ondas de gramíneo fulgor,
recogiendo en cápsulas terrestres
el oro astral del húmedo rocío,
los vaginales caldos filtrados.

Por tu forma enjuta recortada
mi derrame de ríos patriarcales,
mi profusión de perfumes terrestres
emanando del dormecido follaje,
mi exhalación de viejos efluvios
buscando tus surcos aurorales,
mi canto de pastor nocturno,
mi amor de hijo innumerable.
Por tu enjuta figura espumosa
mi propia espuma restallada,
mi propia sal racial soterrada
abierta ahora en el viento guerrero,
mi propio asalto de olas inauditas,
de peces inauditos congregándose,
de moluscos monacales difundidos,
de patagónicos pumas totales,
de aguerridos cóndores de piedra,
de lluvias y lluvias milenarias.

De dónde, Patria, de dónde, de dónde
tu magnético don de imán terrestre
reuniendo a tu grey por el mundo errante
en torno a tus azules estandartes,
en torno a tus hirsutas cabelleras,
en torno a tus vides olorosas,
en torno a tus copihues ensangrentados,
en torno a tus piedras innumerables,
en torno a tu grito de asediada noche.

Mi amor aquí a tu invisible llamado,
mi amor a tu multitud dispersa,
mi amor a tu profético hado,
mi amor a tus proteicas gredas,
mi amor a tu alarido planetario,
mi amor a ti en la paz y en la guerra.

 

 

I. Va l p a r a í s o


1. Calles de Valparaíso

Calles de Valparaíso,

¿cuántas veces deberé
trepar tus gastadas escaleras,
cuántas veces mis cansados pies
fatigarán sus resistencias
errando por tus arenas,
acariciando tu dormida piel?

¿Cuántas veces éstos, mis labios,
nombrarán tus nombres de memoria,
cuántas veces con mis manos
tocaré tus piedras rotas,
y me verá tu temblorosa
noche cósmica en llanto derramado?

¿Hasta cuándo por tu laberinto,
hasta cuándo mis ojos viajeros
por tus miembros retorcidos,
por tu caótico delineamiento
buscarán la anémona del sueño,
buscarán los pasos perdidos?

¿Hasta cuándo oleré tus líquenes,
hasta cuándo besaré tus árboles,
hasta cuándo rezaré a tus vírgenes,
hasta cuándo bajaré a tus cauces,
hasta cuándo mis pies sangrantes
recorrerán tus arduos límites?

¿Hasta cuándo ambularé sonámbulo
por tus rostros inconfundibles,
por tus ligamentos quebrados,
por tu trama de arrecifes
donde mis navíos tristes
encallan sin hallar los pasos?

Calles de Valparaíso,

¿hasta cuándo subiré a tus cimas
gritatndo los nombres olvidados,
y descenderé hasta tu orilla
interrogando al mar airado,
y recorreré todos tus ángulos
con mi fervor de fe peregrina,

para que tus piedras me reconozcan
y me reconozcan tus escaleras,
para que desde tu historia
se eleve mi nombre de niebla,
y mis sumergidas huellas
emerjan, y mi regreso acojan?

¿Cuántas veces deberé tocar
con mis dedos tu sórdida piel,
con mis labios tu nocturna faz,
con mis gritos tu dormida grey,
con mis pies tus ateridos pies,
con mi sueño tu sueño de cristal,

para que despierten tus ánimas,
para que tus casas se despierten
y me abran sus puertas gastadas,
y den asilo al hijo doliente,
y den techo a mi intemperie,
y acojan mis pasos sin patria?

Calles de Valparaíso,

recorreré tu fantasmal laberinto,
recorreré tus rumbos dislocados,
hasta ser por ti reconocido,
hasta encontrar los nombres olvidados,
hasta dar hogar a mis pasos,
hasta hallar los pasos perdidos.

 


2. En vano

En vano las calles
allí todavía,
en vano los cerros
dispersos en su reunión
bajo el cielo inmóvil.

En vano el mar bravío
muerde la costa con ira
reclamando al hijo ausente.

En vano el ausente
vaga por las calles rotas,
se asoma al balcón lunar,
interroga a las olas.

En vano tu muchedumbre
ensordece los mercados,
recoge del mar sus peces,
urde sus nocturnos viajes.

En vano tus iglesias
guardan sus antiguas preces
encendidas de cirios,
espectantes de rostros,
frías las manos de Dios.

Madre multitudinaria,
un hijo tuyo a tus ubres
con su sed de nauta errante,
un hijo de tu sal,
de tu racha oceánica
a tus redentoras ubres,

y en vano los gritos,
en vano los gemidos
del opaco fantasma
por tu profusión radial,
sabiendo todos los nombres
e imposiblemente perdido.

 


3. Regresara el mar

Regresara el mar,
el mar otra vez
con su misterioso
rumor marino,
regresara el sonido
de su pulmón de sal
pegado a mi oído.

Fuera el invierno atroz
con sus caballos locos
asaltando la costa,
galopando en el viento
con sus blancas crines
de espuma crispada.

Sonara su garganta
de inauditos registros
en la gris dimensión
del multiforme anfiteatro.

Asomaran de pronto
tus naves fantasmas
en la épica tempestad,
y aullaran su aullido
de cetáceos de niebla
heridas de racha boreal.

Salieran del mar,
emergieran del agua
colérica de invierno,
asomaran sus hijas
de senos de nácar,

vinieran en el temporal
las doncellas marinas
temblorosas de frío,
húmedas de agua lunar,

y estamparan sus besos
de sol tremolante,
y ungieran mi cuerpo
de espuma genital.

Y ciñeran mi frente
de anémonas albas,
y mecieran mi sueño
de música oceánica,
y sellaran mis labios
con sus labios de algas.

Regresara el mar,
el mar otra vez,
con su enorme misterio
de ruidos de invierno,
y me llevara al fondo
de su vientre materno.

 


4. Madre-ciudad

Madre-ciudad,
madre estremecimiento
de cósmicas cuerdas
por tus dedos pulsadas.

Un arrebato de espuma
ondeando en tu frente
de inmaculada luz astral
en la sal recamada,

un trueno de granito
ciñendo tu pretil
de intacto escalofrío
con su latido de piedra.

Madre-ciudad,
madre desgarro atroz
de vidas naufragando
en tu pulsación vital,

la noche tu cabellera
de disgregado azogue,
ondulando en el huracán
de astrales potencias.

El infinito lleno
de ensimismados planetas
girando en su rotación
de precisa horología,

y tus dedos emanación,
tus dedos prestidigitación
pulsando el universo
con su varita de sal.

Madre-ciudad,
madre desprendimiento
de mágicas corrientes
latiendo en la geografía,

un trozo azul de ti,
un trozo de tu misterio
errante por el planeta
con tu azul persecusión,

y en ti un estremecimiento
de madre inconclusa,
levantando señales
de espuma resquebrada.

 

 

II. T e m u c o

 


18. Padres araucanos

Temuco el hermético nombre
urdido de aromas araucanos,
refulgiendo en la secreta noche
de copihues ensangrentados,
de sangre de guerreros pálidos,
de sangre de héroes enterrados.

Inútil entrar en tu densidad
de caudal atmosférico tronante,
y no caer en tu corriente
de extrañas fuerzas vegetales
tirando tu corazón al corazón
de muertos caciques tribales.

Un misterio de nombres en el aire,
un misterio de abruptos fonemas
desatando su pedrería
de sonambulares estrellas,
entrelazando rojos copihues
a una sombría cabellera.

Padres de oscura prosapia real,
padres de enmarañadas diademas
teñidas de rojos, de rojos zumos;
padres de desgarrada nobleza,
de hierática apostura clavada
contra la noche imperecedera.

Padres de imperturbables rostros,
padres de dolor no restañado,
erguidos aún en la espesura,
rotos e intactos vuestros retratos
en los ríos de ávidas alas,
en el trueno de piedra sonando.

Temuco los secretos nombres,
Temuco el caballo, los grises centauros,
Temuco una carga de rostros
en la espesa niebla desgarrados,
Temuco los héroes silvestres,
Temuco los padres araucanos.

 


19. De prisa, hermanos

Rápido una estrofa
de choroy concatenado,
rápido un haz de versos
de sílabas del Cautín,
una agrícola rapsodia
de volátiles piñones,
frescos, redundantes
de idiomas de la tierra.

Una canción, una canción
de selvático líquen
pronunciando las edades,
de la fonía del Puelche
un áspero poema,
una ruda retahíla
de silvestres fonemas.

Rápido, rápido, un son
de inaudita voz gutural,
una estrofa de kultrún,
un puñado de sílabas
del agua torrencial,
una ritual argumentación
de gargantas mapuches.

De prisa, de prisa, hermanos,
de prisa volcán, arroyo,
de prisa erecta araucaria,
de prisa puma pastoral,
un haz de consonancias
asomando su rusticidad,
rápido, rubio quillay,
de prisa, hermano Cautín.

Rápido, cerro Ñielol,
hermano Catrileo,
nevado Llaima, de prisa,
rápido, una canción,
una rapsodia de temos,
una aromática estrofa
difundiendo su asonación,
rápido, de prisa, hermanos.

 


20. Lluvia de ceniza

Mil años esperarán mis manos
la lluvia de ceniza,
mil años estos volcanes
callarán su secreto,
y nadie sabrá qué pasó,
nadie entenderá la sangre.

Mil años escucharéis
los murmullos en la floresta,
mil años el viril laurel,
y el roble pellín gigantesco,
y el canelo sacramental,
y los líquenes enmarañados,
y los copihues testimoniales,

mil años, madre Araucanía,
mil años sus calladas voces,
su sigiloso desplazamiento
por el taciturno follaje,
su fantasmal presencia errando
con los manes de su pueblo.

Pueblo de impenetrables rostros,
pueblo de desgreñados cabellos,
pueblo de vegetal linaje,
pueblo de lenguas de la tierra,

¿no es cierto que por Pitrufquén,
no es cierto que por Conguillío,
que entre Lautaro y Vilcún,
que de Carahue a Temuco,
que de Perquenco a Traiguén,

no es cierto, no es cierto, pueblo-laurel,
pueblo-mañío, pueblo-pellín,
no es cierto que en torno a Cunco,
que alrededor de Pucón,
que en el lago Calafquén,
que en Quitratúe, y en Llanllán,
que de Pallaco hacia el mar,

no es cierto, padres de piedra,
padres de recio clima austral,
no es cierto que la Araucanía
aún su patria, su amoroso hogar?

¿No es cierto que por los senderos
de la selva patrimonial,
no es cierto que por la espesura
de la patria vegetal,
no es cierto que por las frondas
de la maraña ancestral,
ellos, tus silenciosos hijos,
tus guerreros de indómita virilidad?

Veo su presencia relampagueante
cruzar las jornadas de la lluvia atroz,
veo su cabellera de lianas
ocultarse en el follaje filial,

escucho sus movimientos de puma
deslizar sus ingrávidos pasos
en la inhóspita espesura sacramental,

y es sólo el viento montañés
acribillando de fríos cristales
el vacío poblado de ausentes,
el escenario de tácitos rostros.

La Araucanía vital palpitante
de húmedos aromas vegetales,
cerrada en su hermético silencio.

Y mil años esperarán mis manos
la lluvia de ceniza,
mil años estos volcanes
callarán su secreto.

 


21. Princesa araucana

Dime tu nombre,
joven princesa araucana,
dime tu nombre
oloroso a madera,
oloroso a tierra negra.

Dime tu nombre
de silvestre aroma,
dime tu nombre
urdido de laurel,
tejido de emanaciones.

Temprano despertó tu pueblo
de su brumoso sueño,
y reunió en la aurora
las sílabas del bosque,
los ruidos de la floresta.

Un trozo de selva eres,
una cascada de plata,
los dialectos de los ríos
de tu patria procelaria,
todas las lenguas del agua.

Susúrrame tu nombre,
joven princesa araucana,
arómame de helechos,
lléname de los perfumes
de tu olorosa patria.

Lléname de emanaciones
filtrando sus misterios
en la secreta floración
de tu patria florida,
joven doncella.

Dime tu nombre
de telúricos sonidos,
tu nombre de raciales hebras
conectadas a las raíces,
joven princesa araucana.

 


22. Virgen del agua

Una virgen de agua auroral,
una doncella de puro rocío
detenida en la espesa embriaguez
de su sonambular danza.

Clavada a la tierra oscura
como un árbol ceremonial
Cimbrando su cabellera,
sacudida de ímpetu subliminal.

Sobre su humedecida espalda,
la maraña de su cabellera
ondulando su gracia vegetal
entre los dedos del viento.

Rígida doncella alboral
de agua sacral elevada,
virgen de secular prosapia
sumida en tu ritual embriaguez,

contigo quiero dormir un sueño
de cientos de años de lluvia,
de vendavales de nieve y espinas,
de cataclismos volcánicos,

contigo quiero sumergirme
en el meteórico subsuelo,
y derramar mi existencia
en tu existencia inmemorial.

Virgen de reunidas aguas,
doncella de follaje ritual,
en tu danza de terrestre embriaguez
quiero detener mi ciclo terrestre,
y hundir mi ser en tus raíces
regresando al agua natalicia.

 


23. Noche austral

La noche austral,
sus alas de luto,
su vuelo ceremonial
cayendo de la inmensidad
sobre Temuco.

En un sueño vas,
en un espeso sueño
como en un río caudal
de turbia agua lunar
llena de muertos.

No despiertes, no,
no abras tus ojos
en la noche de carbón
girando sin duración
y sin retorno.

No preguntes, no,
no sepas los nombres
de los que en tu corazón
laten, y que con tu voz
sacuden la noche.

Fría noche austral,
noche de difuntos
girando en la eternidad
por un río circular
de insepultos.

Quiénes, quiénes, di,
quiénes los guerreros
fluyendo dentro de mí,
por el río sin fin
de mi sueño.

Quiénes, noche austral
de alas de luto,
sollozan su orfandad
en mi sueño sin final
bajo Temuco.