Sagrado Fuego

(selección)

 

1. Sagrado fuego

Un minuto de sagrado fuego,
un momento de luz prometeica,
una chispa, un chispazo, una lluvia
de briznas ígnitas desprendidas
desde el esmeril apolíneo,
desde la profundidad del cosmos,
abalanzándose contra mi mente,
rociando mis dendritas perceptoras
de singular clarividencia,
alimentándolas de leche
prístina, de zumos paleozoicos.

Venid a mí, polvo de asteroides,
cenizas de incendios estelares,
rescoldos de conflagraciones
de nebulosas ya destruídas,
arpegios de cítaras siderales
rotas en el primer cataclismo,
y sonando aún en el universo.

Sonad, llamaread, tremolad, crujid,
estremecedme, alegre instrumento
hambriento de dedos y de labios,
hambriento de un arco prometeico
arrancándome letras, palabras,
versos, hexámetros, églogas,
odas, sonetos, ditirambos,
epopeyas, alfabetos, lenguas.

Para sangrar, para sacrificarme
sobre la piedra del altar de Apolo
emitiendo píticos sonidos,
llenando de oracular misterio
el antro donde mis cofrades
esperan en respetuoso silencio,
esperan su singular alimento.


2. Entresueño

Fugaz rapsoda de la madrugada,
en el entresueño de mis vigías
tu voz una voz de otro mundo,
tu cítara un sueño de metales
arrancándose inéditos sonidos,
tus pasos los pasos del rocío
deslizándose por entre los rosales.

Cántame en el sueño, rapsoda,
toca con tu voz mi maderamen
a que despliegue sus velas mi barca,
y cruce ingrávida sobre las aguas,
cruce el aire, cruce las praderas.

En tu música mi ser pasmado,
mi vida envuelta en los aromas
de narcóticas flores exhalando
su aliento virgen sobre mi sueño.

Adormece mis vigías, rapsoda,
adormece mis nocturnos centinelas,
y aproxima tu voz a mis labios,
aproxima tu dulce rocío
a mi sed de amor en la madrugada.


6. Sino tribal

Desde allí salimos, un día cualquiera,
con los bolsillos llenos de sueños,
siguiendo el llamado de los ancestros,
o de nuestros hermanos vagabundos
cantando, libres, por los caminos.

Salimos, y con nosotros, siguiendo
nuestros pasos, el sino tribal, la impronta
de la matriarca llena de misterio,
silenciosa en su alcázar de piedra,
contemplándonos, muda, alejarnos.

Camaradas errantes, no olvidemos
jamás que desde allí, un día, salimos,
nunca olvidemos que, a la ventana,
nos miró, empañada, alejarnos,
y bendijo en su idioma inescrutable
nuestra partida, ella, la callada.

Volveremos o no volveremos,
atracará, algún día, nuestro hogar
junto al hogar mayor abandonado,
o pasará de largo nuestra barca
sin reconocerla, tan lejos ella.

O moriremos, aquí, de nostalgia
por el terruño, el suelo lárico,
las Tres Marías, la Cruz del Sur,
el mar clamoroso llamándonos.

Con los bolsillos repletos de sueños,
con el patrimonio espiritual
de la tribu detrás de nosotros,
salimos desde allí, un día cualquiera,
y ya no sabemos, ay, no sabemos
los caminos, las rutas de regreso,
tan callada ella, la vieja matriarca.


7. Como la noche

Llegue de súbito, como la noche,
y apodérese de mi corazón
penetrando la cáscara de niebla
con sus gráciles dedos maternales.

Nada diga, toda ella iluminada
de locuaz persuación y labios rotos,
por el mismo sendero que sus pasos
cuando adiós en el crucial entrecruce.

Llegue, y rómpanse en mil pedazos
los testimonios, las fotografías,
el amuleto de piedra testimonial,
el eco de la voz de mis mayores.

De súbito a mí, como la noche,
penetrante desde sus raíces,
toda llena de espadas y desnudez,
ella la de mil rostros, la indefinible.


9. Redención

Algo suceda y marchite
con su aliento o con su mirada,
esta flor clavada en mis manos,
este haz de espinas foliáceas
nacidas de mis secas entrañas.

Algo suceda, algo que maldiga,
algo que pasme o que petrifique
de un solo soplo, de una sola
mirada inyecta en ira y en odio,
de una sola pócima vocal
cargada de injurias y blasfemias.

Descienda el ángel del exterminio,
descienda el ángel de la destrucción
blandiendo su espada flamígera,
y toque los fértiles vientres,
toque la húmeda semilla
apagando su rumor vital,
reduciéndola a polvo estéril.

O crepite el sol al crepúsculo,
arda de llamas arreboladas
arrasándolo todo a su paso,
llenando de incendios el mundo.

Algo redima mi frente uncida
a un haz de espinas foliáceas,
algo libere mis manos clavadas
a una flor de secos pétalos
nacida de mis entrañas,

algo suceda, algo descienda
o emerja enérgico de la tierra,
y ponga su mano sobre mi testa,
y exorcice, abata, aniquile,
purifique esterilizando,
llenando de terribles besos
mis labios, mis secas entrañas.


18. Cerco

¿Y si de repente claudicaran
mis resistencias, bajo el asedio
de fuerzas secretas confabuladas,
de obscuras milicias poniendo cerco
a mi hogar de profusos accesos,
con todos sus puentes tendidos?

Podrían erigir frente a mi puerta
su amenaza de tinteros e infolios,
o soplar desde las cavernas
un rumor ininteligible
de testimonios irreprochables,
de noches perdidas en el tiempo
desde donde regresan y acusan.

Débiles son tus murallas, convicto,
y los gendarmes que ponen sitio
a tu hogar con sus jueces aliados,
conocen todos los accesos
de tu inextricable laberinto.

Llegarán a ti y te pondrán fuego,
y arderán tus gastados decenios
conviertiendo en humo tu existencia,
reduciendo a cenizas tu prontuario.

Házte fuerte parapetándote
en su fortaleza de pétalos,
y opón tu pluma a los infolios,
su testimonio a los testimonios,
su aroma al aliento cavernario.


22. Hermandad

Hágase de pronto un silencio
como de tumba o de cementerio,
como de templo o de monasterio,
un silencio de planetas muertos,
o de soledades inmensas
para mi descanso eterno,
para mi deseo de no ver,
ni escuchar, ni hablar, ni ser oído.

Hágase ésta, mi última voluntad
de estar absolutamente solo,
de caminar años y milenios
sin encontrar rastros de vida,
sin hallar huellas ni vestigios
del ser humano que me sustenta,
y que quiero, ¡por Dios!, olvidar.

Demasiado largo ha sido el sueño
de la irrenunciable irrealidad:
ahora derrúmbense de golpe
pirámides, templos, bibliotecas,
derrúmbense ciudades y naciones,
imperios, civilizaciones,
y todo aquello que cobije al hombre,
todo aquello que lo recuerde.

Hermanos sacerdotes muertos,
hermanos sepultureros muertos,
monjes, presidiarios, poetas,
pastores, vagabundos, huérfanos,
náufragos, eremitas muertos:
venid a la hermandad de la mudez,
venid a la piedad del silencio.

Venid conmigo a mi descanso eterno,
venid conmigo a mi errar eterno,
y cúmplase así mi última voluntad.


35. Ambivalencia

Ambivalente entre los climas
y las especies que pueblan la tierra,
¡nadie se acerque a nuestro rigor
de camuflajes y pistas falsas
en el apogeo de las máscaras,
cuando el que guardamos a gritos
asoma apenas su presencia
y queda oculto en el follaje!

Haz una señal tú, incierto prófugo
de prisa por pueblos y por idiomas
con tu obscura carga semántica,
semejante sólo a ti mismo,
y extraviado en ti, sin embargo,
con tus clandestinos pasajeros.

Confuso en la identidad del agua,
¡dejadme cantar, hermanos poetas!,
¡dejadme cantar a que mis rasgos
enseñen su espéculo empañado,
y permanezca en las hebras del canto
mi sed de solitaria copa!


37. Crisálida

La clara sencillez del agua
sus visibles ramificaciones,
su tez traslúcida espejada
en la claridad de la luz dormida.

Claro cristal de líticas fuentes,
de líticas pupilas abiertas
a las pupilas del universo,
¿dónde, si no en tu crisálida,
dónde, si no en tu cristalería
la sencilla claridad del agua?

Pero no penetréis más allá,
no levantéis la cáscara lítica,
no interroguéis su interior sumido
en los misterios castálidos.

Porque ya no podríais regresar,
porque allí quedaréis atrapados,
y miraréis, es cierto, a su través,
y seréis parte de su sencillez,
pero ya no podréis liberaros.


41. Carro del otoño

Pesadas ruedas del carro del otoño
uncido a mi cuello de animal cautivo
en el desprendimiento de las hojas.

Tira de tu yugo por el calendario
a que rechine el eje y te duela
la lenta propagación de la muerte.

El estío candente a tus espaldas
y en lontananza la nieve impoluta:
tiempo es ya de la humedad y el viento,
de los ásperos cuchillos de la siega.

Cantor en la espesa melancolía,
tu lira una andanada de chillidos,
un delgado clamor de gargantas
vegetales sacudiendo tus cuerdas.

Y uncido al carro de pesadas ruedas,
chirrían tus coyunturas líricas
arrantrando tanto rigor y muerte.