Artesanías
2005
(selección)


Artesanías

Artesanías sonidos, murmullos,
vocablos, fonemas, sílabas, rumor
de piedras sonoras por el río
rodando, quebrando, roturando
su áspero idioma, haciéndolo canción,
haciéndolo cascada de notas
en la partitura del aire temblor.

Bello el día y sus sonoridades
desprendiéndose, iluminatorias,
áfonas, fónicas, invertebradas,
desde oquedades, planetas, gargantas,
desde planicies, océanos, bosques,
herrerías, volcanes, cascadas,
cataratas, lluvias, tempestades,
astilleros y constelaciones.

Aquí congregación de instrumentos,
aquí congregación de rapsodas,
congregación de príncipes, dioses,
semidioses, bardos, monarcas,
héroes, monjes, pastores, patriarcas,
sacerdotes y sobrevivientes,

aquí congregación de númenes,
congregación de chispas azules
refulgiendo en la noche sagrada.

Artesanías templos y estrellas,
arquitecturas y oraculares
prodigios escritos en el firmamento,
los vaticinios de númenes astrales,
la escritura ágrafa del universo.

Artesanías voces áfonas,
voces apenas leves susurros
que sólo nosotros versión al canto,
versión al pneuma, al desgarro pítico,
al sonido de apolíneas cuerdas.

 


Cantar

Oh cantar por toda una eternidad,
oh estallar de repente en sílabas
castalienses, saltar en millones
de luciérnagas, briznas o chispas
de luz astral, de luz intempestiva,
de luz del mismo metal que la lira,
transformarme en una nebulosa
de millones de notas del canto.

Oh dormirme de pronto en mitad
del canto, dormirme para siempre,
y quedar para siempre despierto,
sentirme declamar, extasiado,
refulgente de fulgor olímpico,
de fulgor délfico, de fuego pítico.

Oh rasguear y rasguear con mis dedos
el arpa eólica, las finas cuerdas
interconectadas del firmamento,
el inalámbrico instrumento acústico
tendido a través de las estrellas,
comunicándolas en el universo.

Oh sacudir la cabellera
de los grandes bosques planetarios,
soplar con mis labios en éxtasis
a través de sus intersticios,
arrancarles melodía eólica,
melodía silvestre, melodía.

Oh correr cantando por los ríos,
correr por el Nilo, por el Éufrates,
por el Rin, el Támesis, el Tajo,
por el Mississipi, el Bío-Bío,
por el Ganges, por el Amazonas,
el Danubio, el Dnieper, el Yan-Tse.

Oh morirme de pronto, empuñando
la lira con todas mis manos,
y dejar mi numen temblando
en sus cuerdas, sin extinguirse,
cantando hasta el fin de los tiempos.

 


Ira

De un grito derribar las torres,
de un grito los grandes portones,
y entrar a saco con mis maleantes,
entrar a saco con mis secuaces,
romper, hacer saltar en pedazos
los códigos, las cajas fuertes,
los seguros de los accesos,
las cárceles, los campamentos,
los cuarteles de policía.

Entrar a saco profiriendo
amenazas, gritos, vituperios,
acorralarlos a latinazgos
en bibliotecas, en catedrales,
escuelas, iglesias, academias,
ministerios y universidades.

Desvalijar los monasterios,
arrancarles su rico tesoro
de inestimables obras de arte,
de irreproducibles infolios,
penetrar en el consistorio
a caballo, enarbolando lanzas,
pisoteando títulos y apellidos.

De un sólo grito profanatorio
hacer temblar estatuas y altares,
columnas de mármol, relicarios,
arquitrabes, sólidas murallas,

conmover dinastías, palacios,
estirpes reales, principados,
guardias pretorianas, ejércitos,
sagrarios, hostias, teofanías.

De un grito, de iras entrelazadas,
de un puño acústico retumbante
derribando murallas y naciones,
entrar a saco con mis proscritos,
saquear sus magníficas ciudades,
sus bibliotecas riquísimas,
sus catedrales de pórfiro.

 


Cabalgar

A lo mejor cabalgar,
a lo mejor perderme
en las distancias terrestres,
internarme con mi caballo
por estepas de aullidos,
por praderas pastizales,
por las pampas inarbóreas.

Dejar atrás las ciudades,
dejar atrás las usinas,
las chimeneas, los hornos,
los complejos industriales,
los enormes asentamientos,

alejarme con mi perro,
mi cuchillo, mi arco, mis flechas,
acampar a orillas de ríos,
dormir al abrigo de los astros,
oír la noche rondar en torno.

Cabalgar con mi fiel caballo
por las vírgenes serranías,
sentir el aire besarme,
insuflarme su aliento puro,
su inconmovible intemperie.

Alcanzar los ventisqueros,
dejarme azotar por los vientos,
estremecerme por la nieve,
marearme por las alturas.

Internarme en las soledades
lejos de toda huella humana,
lejos de su metal impuro,
de sus habitaciones cálidas,
de sus corbatas y sus perfumes.

Y no volver la vista atrás,
no apiadarme de sus sollozos,
monarca y súbdito de mi reino.

 


Perfume

Quien haya escrito, quien haya
roto sus sellos secretos,
destruído sus códigos,
y vaya por el idioma
con sus perros de caza,
con sus halcones de cetrería,
en pos de las parábolas,
entremezclando fórmulas…

O haya indagado en sí mismo,
haya penetrado al sótano,
a sus mazmorras nauseabundas
con una pluma de paloma,
con un amuleto de Eleusis,
y un niño apenas vidente
reconociendo a ciegas,
nombrando por los contornos.

Quien haya impreso sus dedos,
sus incisiones de cálamo,
y se haya reconocido
en el taciturno zagal,
en el aprendiz de varón
oculto tras los visillos,
ebrio de perfume de mujer.

Por cualquier comienzo la misma
puerta, las mismas ventanas,
el mismo zaguán con alguien
sentada allí desde siempre,
imborrable de la memoria.

Haya, entonces, testimoniado
la escritura de los prófugos
asomado a aquella ventana,

mirando alejarse su sombra.

O mirándola regresar,
y buscarse entre las páginas,
buscarse a ciegas, tactando,
turbio aún de aquel perfume.

 


Caligrafía

De toda tu miserable especie,
de todos tus congéneres abyectos
marcados por la mancha original,
tú el peor, tú el más despreciable,
tú el que ni atenuante ni perdón,
enredado en tu caligrafía
de dementes, insanos, desquiciados,
engendros y otros seres nocturnos.

De tu mano por cavernícolas
o por bárbaros ágrafos guiada,
¿qué otra letra, sino estos trazos
revueltos, apenas legibles,
casi indescifrables en su dolor?

Con ellos por tu peculiar idioma,
por tu dialecto desvinculado
de toda reconocible lengua,
preanunciando el final de los tiempos,
vaticinando catástrofes, pestes,
el regreso del hombre hacia el gusano.

¿La maldición de Caín, tal vez,
o el titubeo de Prometeo
llevando el fuego a los mortales,
o tu tribu la tribu de Babel
más cerca del cielo, y más cerca
del castigo ejemplar de Jehová?

Con ésa, tu caligrafía
de esperpénticos seres trazando
su escritura con mano convulsa,

con esa letra tu poesía,
con ella tu demoníaco
dialecto vaticinatorio,
tus premoniciones infaustas,
tus apotegmas sin solución.

 


Condiscípulos

Condiscípulos de la muerte
los de nuestra camaradería,
oscilando entre las cúspides
de cordilleras y desvaríos.

Nada más cerca de morir, nada
más cerca de sucumbir que bajar
a las profundidades del caos,
desde donde nuestra memoria
de fárrago, bruma y desorden.

A las tabernas de los suburbios,
a las tabernas de puertos sitos
en el destino final de naves
sorteando tormentas y arrecifes,
llenas de rudos marineros
sin nacionalidad ni origen,

a las tascas de los bajos fondos,
a la viril congregación
de proscritos, tahúres, rufianes,
renegados y mercenarios,
toda la caterva del demonio.

Camaradas de los tugurios,
en una sola noche de invierno
dejar correr el vino a raudales,
aspirar el humo de las pipas
hasta atiborrar los pulmones,
bailar la endemoniada danza
de los hijos de la desventura,
entonar los aires gastados
y gastados por tantas gargantas,

y burlar a la policía
corriendo por las callejuelas
oscuras de muelles y suburbios,
hermanos proscritos, renegados,
condiscípulos de la muerte.

 


Partir

Obscuridad partir de noche,
partir a mis lares nuevamente
llevándome todo conmigo,
mi morral, mis piedras, mis cuadernos,
mis castañas y mis amapolas.

Partir, partir otra vez de noche
a mis pagos, a mi terruño
al otro lado del planeta,
y llevar conmigo mis bártulos,
mi talismán y mi poesía.

Al atardecer ya consumado,
desde estas orillas brumosas,
reunido en torno a mis piedras,
ponerme en camino, salir, zarpar,
navegar otra vez las Simplégadas,
las islas, las Columnas de Hércules,
el océano voluminoso.

¿Quién en las playas de rubias arenas,
quién oteando desde los cerros,
quién haciendo señales, quiénes
esperándome en los mares patrios?

Oh partir, partir, partir otra vez,
salir desde aquí al anochecer
con mi barca cargada de sueños,
pasar el país de los lotófagos,
la isla de Circe, la de Calipso,
la de los enormes Cíclopes,

y tocar con la quilla las orillas
patrias, las playas con ágatas,
arribar a la ciudad costera
abierta para mí en abanico,
llena de gargantas saludándome.

Obscuridad partir de noche,
partir a mis lares nuevamente.