Hostia
(selección, 1996)

 


Hostia

Hostia tu cuerpo inconsumido
en el acto de la fe y el perdón,
cada día al mundo ofrecido,
cada día en el pan y en el vino,
en el cáliz de la tribulación.

Eucaristía de la consunción:
toda la tierra el templo del Hijo
mudando de rostros, en la expiación
de sus propias culpas, y en la pasión
de una cruz de piedra y de cilicio.

Todo ser el pan bendecido,
todo cuerpo hostia, en la conjunción
del gusano arrastrando su castigo,
y otro idéntico por el camino
de regreso a las manos de Dios.

De la consunción y la inconsunción:
hostia tu cuerpo inconsumido,
y cáliz tu vida en pos del perdón,
muriendo en cada uno de dolor,
y renaciendo en el pan y en el vino.

 


Proximidad

Morir cercana proximidad,
casi tocar con los dedos
su intocable incorporeidad,
o escuchar su silenciosa voz
callar dentro de los milenios,
dictar su solemne majestad.

Sólo en la muerte reconocerle,
intuir su sagrada presencia
llenar de sí todos los espacios,
abarcarlo todo imponiendo
su voluntad totalizadora.

A tu reverente cercanía,
tú, amo sobre muertes y existencias,
cuando, cansado de buscarte
cavando en la luminosidad,
de pronto la súbita caída
a un pozo de densas tinieblas,
a un eclipse de toda claridad,

y allí tu amparo ontológico,
allí tu silenciosa voz
posándose sobre nuestros labios,
allí tus paternales manos
sellando de paz nuestros párpados,
velando el sueño liberador.

Casi tocar con los dedos
su intocable incorporeidad,
casi escucharle en torno nuestro,
casi sentirle callar y callar
en la travesía por los milenios,
en su majestuosa intemporalidad.

Morir sentir su cercanía,
morir encontrarle al final
de tanto merodear en torno,
de tanta inútil disquisición.

 


Reverso

Al reverso de la paternidad
el idioma desencajado,
las palabras propagándose
fuera de madre, en revuelo,
suicidando su semántica.

En pos de su significante
los ladridos del cazador,
y en el asedio, extramuros
de toda presencia tónica,
los lebreles su festín
a rechinantes dentelladas.

Al hijo la dedalidad,
al hijo negros nubarrones
y su caótica descarga,
tanteando las piedras del camino,
emitiendo su abstrusa señal.

Ella el pan de la cacería,
y cuando el ojo escrutador
diseccionando sus partes,
remontar, entonces, el río,
y hallar en su compleja raíz
el reverso de la paternidad,
todas las sílabas dispersas.

 


Relevo

A la misma velocidad la muerte,
la pérdida de la memoria
en los años de la disgregación,
y el timbre de los náufragos filiales
llamando cada vez desde más lejos.

En esa nave todos sus huesos,
los últimos despojos de quien
ya irreconocible para los deudos,
y en línea recta, empero, del Padre,
del primer testigo ya hecho polvo.

No lo alcanzaremos, montado
en su cabalgadura alada
a través de las edades muertas,
dejando atrás memoria y túmulo,
hundiéndose más y más en la muerte.

También vosotros nos llamaréis,
también vosotros, timbres filiales,
y se irá adelgazando el latido
hasta la absoluta impercepción,
dejándonos solos en la orilla.

Vástagos, allí donde los difuntos
a la velocidad de la muerte
con su inútil ajuar funerario,
allí también vosotros un sitio,
vosotros preparando ya el relevo.

Y a la misma velocidad seréis
olvidados por la memoria
en la edad de la disgregación,
y progresivamente inconcebidos,
diluyéndose vuestra voz filial.

 


Tinta

Con sangre de vírgenes o infantes,
con sangre de cachorro ovino,
o de jóvenes poetas errando
bajo los castaños, en otoño,
temblando de orfandad y de frío,

con sangre tibia de inocentes,
con sangre roja de las víctimas
tendidas sobre la piedra ritual
de todo victimario sacrificio,
de todo tributo de sangre vital,

con esa tinta de brillo indeleble,
con ese color rojo inconfundible,
con esa linfa de una fuente eterna,
con la savia del árbol de la vida,

escríbase la poesía,
eríjase su efigie sólida,
testimóniese a través de siglos,

 


Nadie sino tú

Nadie reclame mis huesos
ni les dé cristiana sepultura,
cuando ya no resista mi vida
el asedio de criminales fuerzas,
y caiga al polvo herida de muerte
apretando una cruz en sus manos,

nadie toque mis frías mejillas,
nadie deposite allí sus besos,
ni cierre mis párpados exhaustos
derramando una abrupta lágrima,
cuando venga la muerte a mi lecho
y me arranque de los más amado,

nadie acaricie mi frente extinta,
nadie tome en sus manos mi cabeza
y la sacuda para despertarme,
cuando ya el sueño definitivo
haya abierto en mi cuerpo sus alas
y vuele conmigo hacia las sombras,

nadie cruce en mi pecho mis manos,
nadie peine mis últimos cabellos,
ni me diga adiós en un desborde
de quebrantada voz tremolante,
cuando mi voz ya se haya callado
y vibre sólo en la tensa escritura,

nadie más que tú, Claire amada,
nadie más que tus dedos mínimos,
nadie más que tus labios cálidos,
nadie más que tus blancas manos.

Nadie repose conmigo en la tierra
paralela a mis huesos mortales
en un viaje sin fin en el tiempo,
sino tu pequeña vida, Claire,
sino tu adorada efigie,
sino tus huesos junto a mis huesos.

 


Espejismo

Algo que como vapor palustre,
que como la inaprensible alquimia
del agua convirtiéndose en vaho,
y permaneciendo, luego, en el aire,
a media altura, equidistante
entre el suelo y su fuerza de atracción
y las altas copas de los árboles.

Desde una cierta distancia, después,
el habitante acercándose,
o detenido sobre el terreno,
observando la capa de humedad
tiritar levemente en el aire,
batir sus alas minimalísimas,
invisibles en su grácil aleteo.

Del mismo modo tus días de infancia,
la imagen de un niño sin rasgos,
ingrávido por entre los minutos,
equidistante entre la realidad
y alguien llamándole en la distancia,
evaporándose en la memoria.

 


Todos los días

Todos los días de mi vida
decirte amor, llamarte, amada,
por tu claro nombre de cristal,
por su transparente resonancia.

Todos los días y cada día
olerte la piel aromada,
tocarte las mejillas tersas,
besarte la boca encarnada.

Todos los días amanecer
y buscar tu cabeza dorada,
buscar tu nívea corporeidad,
buscar tu diáfana mirada.

Todos los días, amor, sonreir
mirándote toda entregada
a mi vida, que ya no morir
junto a tu vida enamorada.