Ebriedad
(2002)
1.
Ebriedad
Y
ahora, que de tanta ebriedad,
ahora, Claire, que de tan diáfana
claridad, ahogado en la luz,
sentado frente a mí con los ojos
arrancados, muertos, de viaje
por la áspera transparencia verbal
de poetas difuntos declamando,
ahora,
amor, que de tanto amor,
que de tanta ebriedad llenándome
las palabras de órfico licor,
los labios de abrupta intensidad,
el corazón de oracular dicción,
¿qué
poner sobre el desnudo papel,
qué depositar en la corriente
del giratorio río luminal,
de las límpidas aguas del canto?
Ahora
que en tu luz diluído,
ahora que en tu nombre iluminado,
ahora, amor, que tanta claridad
manando de tu obscura vertiente,
sacudiendo mi pluma gestora,
¿qué
trazar con trémula grafía,
qué palabras arrojar al tiempo
a perpetuar allí este momento
de extraña ebriedad reproductora?
Ahora
que inclinado sobre mí,
ahora que sentado a la ventana
frente al gran río circulatorio,
frente a frente conmigo y a la voz
de los vates difuntos declamando.
7. Dispersión
A
lo más íntegro,
a lo más fidedigno
de mi asustada interioridad
descender en puntillas,
y preguntar con voz quebrada:
¿Quién
el que realmente,
quién el que absolutamente,
el que desnudo en su cáscara
de adánica dispersión,
de humano no saber por qué,
quién, en su último reducto,
en lo aún intocado, quién?
Y
volver a ascender
a las trémulas máscaras
con una máscara más,
con un ser incógnito
oculto en la espesura
de su adánica errancia,
de su humana dispersión.
10. Alquimia
Todo
poema rememorar,
toda palabra hallar la raíz,
y en ella volver a pronunciar
lo que a nosotros no regresar,
lo que al nacer dejar de existir.
No
seguir viviendo ni morir,
no en ti dormirte ni despertar:
todo poema el propio elixir
de una alquimia que restituir
a la memoria lo que olvidar.
Pronunciado
y no recordar,
cantado y en la palabra huir:
la existencia eternidad fugaz,
la muerte no regresar jamás,
el poema existiendo morir.
13. Fugaz
Cuando
quiera que llegues,
a deshora en los desvíos
de un borroso regresar,
o de un borroso extravío,
ella ya no estará, ya se habrá ido.
Sea
víspera o relente,
sea sopor del estío,
o gris aliento invernal
sacudido de frío,
ya no la encontrarás,
la habrás perdido.
Y
por mucho que llames,
por mucho que tus gritos
estremezcan la heredad
de ruina y olvido,
ella ya no escuchará,
se habrá dormido.
17. Inútilmente
Inútilmente
llamaría, Claire,
inútilmente golpearía
las aldabas enmohecidas,
las paredes desvencijadas,
las puertas definitivamente
cerradas, definitivamente
mudas en su grandilocuencia,
desgastándose en la memoria.
Inútilmente
sacudiría
con mis manos la enramada
del viejo, roñoso membrillo,
inútilmente buscaría
sus magníficos frutos de oro
reluciendo en el sol del otoño.
E
inútilmente me detendría
en medio del salón callado
a escuchar las dolientes voces
de quienes ni nombre ni rostro,
de quienes ni extensión ni tiempo,
furtivos por la red del sueño.
25. Malhechores
Todo
temblado de malhechores
durmiendo conmigo a la intemperie
de la rememoranza cadúcea,
dispersa en la discontinuidad,
o
cabalgando sus sombras conmigo
por la umbrosa noche dilatada
y cerrada en sí, atrapándonos
en su abrazo de carcelera
con sus prodigiosas llaves de luz…
A
la intemperie del árbol gris
de la memoria de hojas cadúceas
con mis enmascarados en fuga,
con mis inocentes malhechores
temblando al tintineo del metal,
jurando a diestra y siniestra en nombre
de todos los dioses de la cristiandad.
Camaradas,
del desprendimiento
de todas las hojas contingentes
del libro irreversible de la ley,
de la pérdida irreversible
de su rigor, envuelto en brumas,
ahogándose en la espesa amnesia
de barcos convirtiéndose en humo…
Y
sin embargo todo temblado
de mis malhechores sacudidos
por un índice admonitorio
clavándosenos en el tiempo,
por una voz recriminatoria
repitiendo su onomatopeya,
por una caravana de rostros
inconfundiblemente severos.
26. Pozo
Días
de denodado silencio,
días de mudez perpetua
sumergido en un obscuro pozo
de aguas inmisericordes,
rodeado de muertas campanas.
Alguien
con una mano anónima
inclinado sobre el petril,
alguien con mis propios rasgos
desdibujados alejándose,
difuminando su parentesco
en la desfalleciente memoria.
Manes
míos de una estirpe
insoportablemente repetida,
manes láricos congregados
en el redondel de piedra patria,
hoscos de ira persecutoria,
quien
en la mudez de la palabra
su mano de áfono náufrago
sobresaliendo en el torbellino,
aquél que por un largo túnel
con su congregación de hermanos
sepultos en su voto de silencio,
ése
no ser reconocido,
ése ser por todos olvidado,
ése desaparecer del habla,
y reunir en su torno las voces
de camaradas febriles callando,
de cofrades deshojándose en luto,
de sonámbulos regresando a casa.
27. Disgregación
Tan
sólo un manojo de pétalos
diasporales en la mano reunir,
tan sólo un puñado de tribus
babilónicas disgregándose,
diseminando su confusión
de alfabetos prístinos revueltos.
Reunir
un haz de secas espigas,
y aventarlas en el cruce órfico
de lo inauditamente humano,
de lo impenetrable resistiéndose,
de lo fecundativo infecundo.
Abrir
la mano grávida al viento,
soltar su iracunda amenaza
de apocalíptico misterio,
desbocar el galope de cascos
incontenibles precipitándose,
de jinetes en su antifaz perdidos.
Un
manojo de letras áfonas,
de cabalísticas letras reunidas
en mi mano como un nuevo Zeus,
arrojar un rayo de cenizas,
un rayo de término y final,
de amnesia hacia los cuatro vientos.
Y
sacudir el puño en el aire,
libre de su cosquilleo natal,
vacío de la prole de Pandora,
paternal y contrito, perplejo
en el misterio de la disgregación.
34. Ante el umbral
Algo
parecido a la muerte
lo que mis ojos atónitos,
lo que mi corazón perplejo
en el tránsito a lentas pisadas
de la somnolencia a la desnudez,
del impulso al puro raciocinio.
Espectantes
tú y yo ante el umbral
de una casa familiarmente ajena:
aquí hemos estado alguna vez,
desde aquí salimos un día
con nuestro humano itinerario
a cumplir un obscuro deber,
a repetir los pasos cansados.
Ahora
ante nosotros la faz
de alguien que en la mudez aguardó,
de alguien que esperó a por nosotros
con un dedo sobre los labios.
Desde
sí mismo regresa el pastor
con todos sus lobos persiguiéndole,
por todos los días solitarios,
por todas las vacías cabañas,
por todos los hoscos rediles
abandonados de prisa, al clarear.
Bienvenido,
hijo de nunca jamás,
he aquí tu nudoso cayado,
he aquí tu polvoriento zurrón.
He
aquí tu intermitente rostro
esperándote en los retratos
de alguien que en tus labios su silencio,
de alguien que en huir su regresar.
Al
atardecer habéis vuelto,
y en vuestras raídas vestiduras
todavía el polvo de caminos
interminablemente largos
hasta este pórtico en la niebla,
hasta la madura desnudez.
No
hagáis ruido al cruzar el umbral,
no hagan ruido vuestros pies descalzos
al trasponer la invisible línea
entre el que fuisteis y el que seréis.
Y
coged de prisa vuestro rostro
de entre los rostros allí colgados,
tomad un sitio de entre los sitios
y abrid el libro de los destierros.
Porque
algo parecido a la muerte
ya en vuestros ojos afligidos,
ya en vuestros labios lapidarios,
ya en vuestro corazón reencontrado.
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