Cuando las blancas alas de la muerte (1995)


.......................................En memoria de mi suegro Josef Frei

1. Más allá del sueño

Al otro lado de la luz terrestre,
al otro lado de las flores
de físico aroma impalpable,
al otro lado
del agua azul perseguida,

más allá de la sed y el odio,
más allá del sueño
de tenebroso color secreto,
en las inaccesibles islas
de océanos sumergidos…

¿Quién podría decirlo, quién
delinear su huidizo contorno,
su perfil de aliento diluído,
su vagarosa entidad quebrantada?

Aquí esperaremos millones de años,
aquí caducidad y ocaso
girarán su rueda persecutoria,
y nadie lo verá,
nadie podrá alcanzarlo,
nadie oirá su voz aniquilada.

Nadie lo verá bajo la luz
sacudiendo en la atmósfera su instancia
con su invencible amor mortal
asediado de criminales ojos.

Nadie trepará con él las gradas,
nadie sentirá su vida
cerrarse en la noche
como una flor exhausta
y abrir en el alba su espectro irisado.

Y nadie podrá nada por él,
nadie detendrá el río invisible
cerrándose en torno a su garganta
con miles de manos tendidas,
con miles de invisibles manos.

2. Silencio

No digáis, hermanos,
no mencionéis su nombre
para siempre sin domicilio,
para siempre inútil en papeles,
en diplomas y certificados,
vacío como una valva.

No evoquéis su figura extinta
perdida en las hebras del infinito,
dispersa en pasos, en actitudes,
en ademanes consuetudinarios,
diseminada en el tiempo sin asidero,
estallada en actos irrecuperables.

Nunca más le llaméis por las calles,
nunca más miréis su sitio en la iglesia,
su lugar de convicto creyente
hurgando en el prodigio sobrehumano
con su espíritu tenso como un arco,
con sus manos en unción derramadas.

Y no recéis por él en los templos,
no encendáis cirios a su memoria,
no le llaméis desde la nave sombría
derramando incienso y fórmulas sacras,
no leáis la misa frente al Crucificado,
no escanciéis el vino sobre su cuerpo blanco.

Porque Josef Frei ha penetrado en la muerte,
Josef Frei ha cruzado los umbrales
del tenebroso recinto sin tiempo ni espacio,
Josef Frei ha regresado a la nada,

y nada ni nadie podrá rescatarlo,
nada ni nadie podrá devolvernos
su espesa presencia de estoico vigía
de pie en la noche velando los sueños,
gastándose en la paternidad, conjurando.

6. Allí estaremos

Ni luz ni atmósfera ni estandarte,
ni habitaciones ni gastados utensilios,
ni el humus emergiendo en los breñales,
ni el hálito fugaz, ni dedos tañendo,
o timbre repercutor, o lentas pisadas.

Nada, nada, ni cieno ni arcilla,
ni mascullar ni aroma agrio,
ni desnudez ni harinas reunidas,
o percusión de la memoria rescatando,
o celosías apenas disturbadas.

La densidad de una vez para siempre,
el sueño universal, el infinito,
sin asidero, sin ristre ni tregua,
volcado hacia adentro interminablemente,
interminablemente descendiendo.

Allí estaremos cuando las enredaderas,
cuando el líquen toda la fachada,
y nadie más los libros polvorientos,
nadie las dalias inútilmente erguidas.

Estaremos allí, y no estaremos,
allí seremos, mas ya no seremos,
ya nunca más hábito ni intemperancia,
ni prodigio de la luz inmaculada.

Estaremos allí, allá, en los ríos,
en los campos, en la espiga hospitalaria,
en el polen diasporal, en las escamas,
en el chillido del búho, en el aire,
en las cruces de signos garabateadas.

9. Trama

¿De qué dimensión, de qué altura,
de qué peso su abrupto volumen,
de qué color sus pausados rasgos,
su lenta aparición incontenible,
su ingrávida presencia avasalladora?

Apenas un hálito difuminatorio,
apenas un soplo imperceptible,
una sombra blanca sin contornos,
un galope de etéreos corceles
que cerca y más cerca,
que inconteniblemente,
que intemporales jinetes, que ancianas
sin presencia deshilando, deshilando…

Sobre el lecho o a medio camino,
aquejada de presentimientos y zozobras,
la conciencia su trágica lucha,
la conciencia inútiles resistencias,
apenas lumbre mortecina chisporroteando.

Y entonces la dama sus fríos labios,
la dama sin textura ni contornos
depositando sus hambrientas larvas,
la dama su sed inextinguible.

E inútil desgarro de arrasadas pupilas,
inútil acopio de fórmulas y ritos,
inútil imprecaciones y juramentos.

Porque la trama una hebra las claves,
un hilo la luz en el laberinto,
y cuando fatiga las resistencias,
cuando pabilo estertor y espasmo,
un sólo tirón y súbito derrumbe,
colapso irreversible de la conciencia.

¿Pero de qué dimensión, de qué altura,
de qué color su inmaterial presencia?

11. Más allá

Después de las enfermedades
de impenetrable diagnosis,
después de sahumerios y ritos,
de infusiones con hierbas proscritas,
después de la imposición de manos,
de los vaticinios y apotegmas
de las plañideras en trance,

y aún después de la extremaunción,
aún después de la cruz y la estola,
cuando el óleo cancelando el mundo
y el incienso ahuyentando demonios,

más allá de las últimas deprecaciones,
más allá del cortejo cabizbajo,
más allá del descenso horizontal
a un océano intrascendible
en la nave hermética depositada,

y aún más allá del luto y el desgaste,
más allá de los sueños funerarios
devolviéndonos a la efímera existencia…

Hermanos, el aire de los cementerios,
su atmósfera tan extraterrestre,
tan con olor a perfume abolido,
o a existencias rotas transcurriendo,
tan como del mundo de los sueños,
de los sueños de otoño en noches de luna…

Como si el peso de tanta luz extinta,
como si la reunión de tanto exilio,
como si tanto desvarío de los deudos…

Como si después de estertor y agonía,
como si más allá del desenlace,
como si aún las flores trascendidas…

Como si nunca, nunca, y sin embargo,
como si una lucha contra el destino…

15. Regreso

Toda la vida número e indumentaria,
costumbres con espeso temor perseguidas,
ritos de iniciación, festividades,
efemérides sagradamente puntuales,
trayecto de la conciencioa en su circuíto.

Y ayer, y mañana, y cada día,
y hace doscientos millones de años,
y el mezozoico, y la edad de los hielos,
y la antigüedad con ánforas y templos,
y el futuro, y el horario de trenes,
y la cita con el médico, y la cena,
y el funeral de Antonio el fin de semana…

¿Qué ademán, qué palabras, cuáles maneras,
con qué traje sin escándalo ni represalias,
qué tono, dónde la acentuación, y el ritmo,
con qué mano los correctos utensilios,
cómo a través sin iras ni repercusiones?

Hermanos de enmohecida obediencia,
navíos humanos de dócil maderamen,
la vida la tribu la amada comarca,
los patrios colores, las patrias arenas,
el idioma territorial, la fauna,
el sano rigor de la disciplina.

¿Y el perfume delirante del humus girando?
¿Y el cataclismo de los sueños proscritos?
¿Y el vértigo del amor en su vertiente?
¿Y el estremecimiento de la conciencia
en la obscuridad de su propio abismo,
en su sima inaccesible expugnada?

Sí, los deseos clandestinos, el ansia
de ser por fin sin máscara ni programa,
de descender por la hipotenusa del sueño
y abrir con los dedos la flor difamada,
de mirar por dentro el fruto prohibido.

Por los territorios en cuarentena,
lejos, muy lejos del desvarío humano,
irreductiblemente impulso y acaso,
libre como el lobo, sí, como el lobo,
sagaz y noble en el rudo escenario.

Allí por fin la vida, sí, las estrellas,
el peso del firmamento sobre los sueños,
la intemperie ciñendo el rural domicilio,
el agua pura en la cuenca de las manos.

Y allí por fin la muerte, sí, la contienda
del ser absoluto en el cosmos abierto,
del ser agonal sumergido en la vida,
luchando en el dolor su permanencia,
deshojándose en el ejercicio del aroma.

Hermanos humanos, la muerte y sus misterios,
la muerte con sus linfas redentoras,
la muerte en el corazón, la muerte en el alma,
la muerte en la conciencia obnubilada,
cegada de pronto por la luz terrible,
sí, por la luz súbita desgarradora,

para mí, en los océanos indomables,
para mí, en las raíces del otoño,
para mí, sin número ni indumentaria,
una muerte silvestre por toda la vida.

17. Desde las tumbas

El que desde la oquedad de las tumbas,
desde la oquedad putrefacta
de las habitadas tumbas,
con un sigilo de animal nocturno,
silencioso, ingrávido, solemne,
con un sagrado respeto de huésped
en una mansión de lívidos viajeros,
de eternos moradores transcurriendo.

De invisibles, callados navegantes
llenando la nave tenebrosa
de su extinta presencia indestructible,
de su porfiada permanencia impura
aferrada a huesos y maderamen,
disuelta y reunida en el espacio,
en el espacio eterno inanimado.

El transeúnte, pues, de lo luctuoso,
el que con pies casi intangibles
por entre ausentes habitantes,
por entre viajeros cuyos rostros,
cuyas manos, cuyos pies perseverantes
todo el ámbito de tiempo enrarecido,
toda la extensión definitiva
bajo su definitivo señorío…

Sí, el celador de viajeros nocturnos
inmóviles en su nave translatoria,
lúcido en su función ultraterrena,
premunido de luto filial y parentesco,
inmerso en desgajadas existencias,
de existencias extintas transcurriendo,
indestructiblemente eternas en el tiempo,
abolidas de horarios terrestres.

Nada más, el que putrefactos domicilios,
el que navíos fantasma por el tiempo,
inconsolable en su íntimo oficio.