Alianza (1977)


1. Era tarde en el mundo

Era tarde en el mundo nosotros unidos,
amiga,
nosotros la noche investida
de aroma lo azul en lo definitivo.

A lo que amarte, oh tú, la divina,
vinimos,
y tú tanto que amor extendido
dorada qué dulce cantando encendida.

Haya que en mí tu cabello bruñido,
quería,
aguas delgadas fluyendo adheridas,
yo el que la sed me quedara dormido.

Fueron entonces, y aún manecía, contigo,
rubio esplendor de tu boca de trigo,
mágico pan de aromadas espigas.

Tú la que en mí cuando tarde y quisimos,
amiga,
pájaros dulces viniendo y guitarras caías
cuando en el mundo a la noche vinimos.


3. Miraban en ti

Miraban en ti la alegría
y el viento,
y el agua y la fruta creciendo
miraban en ti por tus ojos, amiga.

Mucho que vino a vivir en tu vida
o en tus sueños,
suelen allí sus recuerdos.
Mucho que vino a vivir, todavía.

De pronto, alguna vez, pensativa
o durmiendo,
parece que fueran tan lejos…
De pronto que ya nunca más volverían.

O cuando otoño y las hojas heridas
cayendo,
que fueran también a caer, macilentos.
O cuando triste, ¡qué miedo de herirla!

Miran en ti por tus ojos, amiga,
frutos creciendo,
y el agua y el viento.
Mira por ti la dorada alegría.


6. Tú no morirme jamás

Tú no morirme jamás,
oh adorada,
callada,
abriendo a la eternidad
tus alas.

Suenas campanas tañidas
en lejos,
con dejos
de dulce melancolía
al viento.

Tú para qué las agrestes campiñas
dormidas
en un sueño de aguas verdes,
oh amiga.

Para qué el que estuvo solo
recuerda,
si apenas
ayer o nunca es lo todo
que fuera.

Y no existió lo que ha sido
pasado,
si vamos
hacia nunca en lo infinito,
abrazados.

Tú no morirnos jamás
de tiempo,
si abriendo
tus alas a la eternidad,
si siendo.


7. Eso lo ser

Eso lo ser tu delgada figura
en mis brazos prisionada,
cuando alegre enamorada
en mi arbitrio tu ternura
se derrama.

Ser las tus manos menudas
en mis manos enclaustradas,
cuando no diciendo nada
dicen tanto las desnudas
que besadas.

La tu risa ser qué pura
en mi boca derramada,
cuando ruidosa cascada
agua estallando en burbujas
se desgrana.

Qué forma la forma tuya
de ser por mí ser amada,
cuando qué luz desplegada
eres, y tanto que pura
tu mirada.

Eso lo siendo tú toda ventura,
en lo viniendo ser adorada,
y cuando solos, sola, delgada,
aprisionada por la cintura
mi enamorada.


9. Toda llegada

Toda llegada a lo mío lejano,
alma, qué amor lo que luz advenida,
para que mía
la libertad que posada en tus manos
me mira.

Era tan ser el otoño en la tierra
donde venida nadie hoy solloza,
que temblorosas
crujen aún con la muerte en las venas
tantas hojas…

Pájaros eran que nunca estuvieron
los que me quiso decir, y lloraba,
la tan amada
que a lo desnudo vino primero
y no estaba.

Toda llegada a lo mío lejano,
alma, qué luz de extremada pureza
me entregas,
para que haber en lo tan solitario
aves libertas.


14. Maduro el tiempo

Maduro el tiempo que habemos
para el amor que portamos:
tú con haber su beleño,
yo con libarlo en los labios.

Tú me dirás, cuando sea:
"Sea lo tuyo, mi amado,
el pastor de mis rebaños
porque la sed no me muera".

Yo seré entonces temprano
por llegar donde te acuda,
y pues querremos lo amarnos,
allí estará mi locura.

Y te diré, cuando siendo
lo que ya el tiempo maduro:
Déjame ser el que tuyo
porque de sed no muriendo.


17. Amor

Amor, en una noche depositada
sobre el mundo
como un velo de viuda,
o un sudario,
en una noche abrazada a la tierra
desesperadamente, temblando,

ay, cómo existe en mí tu vida,
de qué manera me llenas
cuando la noche aletea en los cristales.

Pienso que fueron aún antes
que el tiempo admitiera tu vida,
que aún antes de ser
mis palabras querían hablarte,
y te esperaban, calladas, pacientes,
escuchando tu vida crecer de la tierra.

Óyelas hoy desatarse del sueño
para decir lo que nadie te dijo,
para cantar lo que nadie ha cantado.

En la noche que empuja y penetra
los claros cristales,
han comenzado a exigir a mi voz
la canción que de entonces guardaban.

Oye cantar mi canción
con palabras que nunca quisieron
dejar de esperarte.

Cantarán para siempre
temblando como una guitarra,
como tiembla esta noche golpeando los vidrios
donde te escribo estas viejas palabras.


19. Noche entablada

Noche entablada con furia de dioses ciegos,
tus pájaros atraviesan las existencias
depositando sus huevos siniestros
en el sueño febril de los pobres poetas.

Déjalos ser su miseria profunda
de estar en el mundo tan solos, los pobres,
que sólo en ti sus ideas hirsutas
hallan la paz de nocturnos sopores.

Mira sus ojos cerrados que duermen:
en su interior otro mundo visitan
donde los ama una niña celeste.
Nadie podría entender su alegría.

Nadie sabría bajar a sus sueños
más allá de las fiebres dementes
donde tus aves circulan dejando sus huevos,
donde tu luto difunde la muerte.

Deja dormir a los pobres poetas obscuros
en su sumergida dimensión inalcanzable,
irrevocablemente solos en el mundo,
más allá de la tierra y las aguas finales.


24. No te sea dado

No te sea dado el movimiento
de los piélagos en fuga,
del aire invisible no extraiga
tu sed de vivir su sustento,
no salga a estallar de la tierra
la harina sagrada de la agronomía
para tu infiel ansiedad de transcurso.

No volverás a saber que murieron
de oprobio y rencor y de angustia,
que ya no podrán regresar a enseñarte
la invisible cerradura de los apotegmas.

Fueron en ti la amenaza y la dulce ternura,
la lluvia terrible y la flor en su clímax.
Ahora no quieras tu espada sangrienta
ni siglos de amor ejercidos.
Tus días de decisión se han despeñado.

A lo largo del lecho de muerte
se congregan las enfermedades.
No podrás escoger tu suplicio,
no pidas caer en un súbito sueño.
Tu vida pertenece a otro destino.

Hermano, desde el atalaya de la luz
donde por primera vez fuiste hablado,
por última vez te hablarás tú mismo
antes de huir definitivamente.

Entre la vida y la muerte,
entre el amor de vivir y muriendo,
un beso de eléctricos labios podría,
un temblor de vidas férreamente,
rotundas, perpetuándose en el roce.


25. Primero el terror

Primero el terror de la noche
adherida a la tierra,
primero su aliento malsano
insuflando de luto los sueños,
y el ritmo, el pulso de la muerte
asustando el desenlace de los sinos.

De fría venganza es el nombre de Dios
que llevamos escrito en la infancia.
No podremos huir de su santa piedad,
no podremos morir para siempre.

Tuya es la memoria de los siglos.
Acércame tu amor incorruptible
para llorar de atrición
en aguas incorporadas,
fiel mi traición a su tránsfuga estilo.

Con un ángel de plena pureza
rondando mi interior celosamente…
¿Podremos decir algún día
que amamos y fuimos amados?
¿Podremos odiar algún día?

Al terror de la noche cayeron
para siempre todas las palabras,
para siempre el control de los sueños,
para siempre el amor y lo amado.
Tuya es la memoria de los siglos.